Mempo Giardinelli, escritor y periodista distinguido con numerosos galardones literarios en el mundo, conversó en “CONADU en el medio” sobre la actualidad política del país, su experiencia como docente universitario y su militancia por la lectura como resistencia cultural.
– Cristina Pauli (CP): Mempo, has trabajado como docente en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social en la Universidad de La Plata, algo que en lo personal me enorgullece porque soy egresada de esa universidad…
– Mempo Giardinelli (MG): Bueno sí, fue una temporada cuando volví de México, cuando volví del exilio. La facultad todavía era escuela, entre las calles 8 y 44, y estábamos los jóvenes que volvíamos al país. Ahí participaron Sergio Caletti, Jorge Bernetti… estuvimos varios y fue una época de reorganización.
Tengo un recuerdo muy hermoso de La Plata, fue una experiencia fantástica para mí. Yo venía de la Universidad Iberoamericana en México, que fue donde empecé mi labor docente en Periodismo, y estuve en la UNLP hasta el `94 o `95 que me vine al Chaco.
– CP: ¿Cuál es tu mirada sobre la universidad a partir de esa experiencia y de lo que fuiste conociendo durante tu trayectoria?
– MG: Mi mirada sobre el mundo universitario argentino es muy favorable en un sentido y muy crítico en otro. Tengo una larga experiencia docente y he enseñado en muchas universidades, tanto en la Universidad Nacional del Nordeste como en México y Estados Unidos. Además, soy miembro de la Universidad de Virginia y esto hace que uno ensanche su mirada.
En líneas generales, creo que uno de los grandes méritos de la universidad argentina —que no tiene ninguna universidad en el mundo— es su gratuidad. Yo soy un defensor a ultranza de la universidad gratuita como la tenemos en la Argentina. Creo que esto da oportunidades fantásticas a todos los sectores sociales y así ha sido, por lo menos desde la reforma del 18. Este es mi punto de vista más positivo.
Pero también suelo tener aspectos críticos. Obviamente estoy más vinculado al periodismo, a la literatura y a las humanidades en general en distintas universidades y lo que tengo son visiones un poco críticas respecto de los llamados nuevos programas o de la forma —diría yo— de la didáctica contemporánea. Ahí es donde no estoy demasiado conforme. Creo que los programa de los últimos 20 o 30 años y los programas de la democracia han tenido muy buenas intenciones, pero no siempre respondiendo a las necesidades de los alumnos ni del país. Uno puede verlo en varias carreras. Periodismo es una de ellas: la cantidad de chicos y de chicas que están estudiando porque de alguna manera se puso de moda nuestra profesión. Y cuando una profesión se pone de moda no es del todo bueno. En realidad, creo que las modas no son buenas en general y cuando en nuestro país las dos carreras más populares de las universidades nacionales, las que más estudiantes reciben, son abogacía y periodismo, creo que tenemos que preocuparnos porque eso no le hace bien al país. Es decir, se requiere alguna forma de rediscusión, pero esto a muchos colegas y a mucha gente no le gusta que se discuta.
– CP: En general, tu crítica es en función de que se han alivianado los contenidos, lo que se enseña en las universidades. Sobre todo en lo que tiene que ver con tu especificidad en periodismo. ¿No es así?
– MG: Sí. En líneas generales se han alivianado los contenidos y también se han alivianado determinadas materias. A ver ¿tenemos una materia que se llama ética periodística? No, no la tenemos y habría que tenerla.
Cuando estudié en la universidad del noreste hace 40 años, nosotros estudiábamos filosofía y ética. En cualquier carrera que vos eligieras, porque no solo lo pienso en nuestra profesión. ¿Se enseña ética médica? No, no se enseña. Ya ni hablemos en abogacía o en escribanía. Y no hablo solo de ética, sino de una concepción filosófica: un par de semestres de filosofía para los ingenieros, para los químicos… ¿no estaría bueno? Cambiaría muchísimo el país en un par de generaciones, lo mejoraría enormemente si nos ocupáramos de la filosofía, de la lógica. La enseñanza de la lógica te ayuda a normar un pensamiento, cualquiera sea la carrera que el chico o la chica elija. Me parece, entonces, que en esto nos hemos debilitado.
Voy a poner un ejemplo: en la fundación que yo presido nos dedicamos al fomento de la lectura. Nosotros trabajamos con los bibliotecarios de todo el país. Las carreras de bibliotecología no existían hace 30 o 40 años. Es buenísimo que hoy los bibliotecarios sean diplomados, pero ¿qué se enseña en las carreras, en las facultades o en las escuelas de bibliotecología en todas nuestras universidades? Se enseña archivología, se enseña metodología y distintas formas de catalogación, pero por ejemplo no se enseña literatura. ¿Cómo es posible que un bibliotecario no sea un buen lector de literatura? Yo no quiero técnicos que manejan fichas. Quiero gente que sepa de literatura, que sepa de filosofía, que sepa de ciencias políticas. Hay que darle eso a los bibliotecólogos. Sin embargo, prácticamente ninguna carrera de bibliotecología en la Argentina enseña todo esto. Se pasan cuatro o cinco años estudiando técnicas, pero cero de lo que va a hacer la materia de los bibliotecólogos: los libros.
Y ni hablar de las nuevas tecnologías. Yo quiero que sean grandes lectores y que sepan trabajar y navegar, pero no solo para navegar técnicamente sino también para navegar conceptualmente. Estas son críticas que hago y que lamento mucho que a veces no sean bienvenidas por los mismos colegas y por los estudiantes.
– CP: Tenés distintos premios en universidades de otros países, pero ningún reconocimiento de las universidades argentinas… ¿será por esas críticas?
– MG: Puede ser. Soy un escritor que tengo cierto reconocimiento fuera de la Argentina. También en la Argentina, no me quejo. Pero por ejemplo jamás he sido invitado a la facultad de literatura de prácticamente ninguna universidad nacional. ¿Es curioso no?
– CP: Es que cometiste otro pecado: por lo general la gente que “triunfa” se va a vivir a Buenos Aires y vos te fuiste a Resistencia…
– MG: (risas) En primer lugar yo no he triunfado. No creo que la categoría triunfo sea aplicable a mi caso. Diría que simplemente soy un trabajador, un tipo que en general no he respondido a patrones y eso de alguna manera se paga. En la Argentina si no estás a sueldo de alguien, si no tenés un patrón que te marca el camino te podés convertir en una persona media sospechosa. Y quizás algo de eso me tocó a mí. No lo sé. Tampoco soy una persona importante en nada, ni me creo la gran cosa. Simplemente hago mi trabajo con dedicación, con vocación y con voluntad. Soy un tipo que tengo un entusiasmo permanente en lo que hago, tanto en literatura como en la promoción de la lectura, que es la materia a la que le he dedicado mi vida.
– CP: Contanos cuál es la actividad de la fundación…
– MG: La actividad que hacemos fundamentalmente es el fomento de la lectura en todas sus formas. Es decir, el norte que nos impusimos en la fundación —que ya tiene 17 años— es alcanzar una nación de lectores. Pensamos que la Argentina tiene que volver a ser una nación de lectores.
Argentina después de la dictadura se había convertido en un país de no lectores. El imaginario social argentino, desde los tiempos de la inmigración a finales del siglo XIX y durante todo el siglo XX, mandaba, pensaba o entendía que a través de la lectura se daba el ascenso social. Los abuelos nuestros, nuestros padres nos decían que teníamos que leer o ir a la universidad porque el ascenso social, el crecimiento, el tener dinero y prestigio dependía en gran medida de la lectura. La lectura era el factor de unidad de todas las actividades. Por ejemplo, los clubes de fútbol prácticamente se crearon en bibliotecas. Lo mismo con los sindicatos, los partidos políticos, las sociedades de fomento. Esto pasó en todo el territorio argentino, porque el paradigma de los inmigrantes y de nuestros padres y abuelos fundadores era la lectura. Así, la Argentina fue un país relativamente culto. Fue el país que no tenía analfabetismo en América Latina, que tenía los mayores índices de lecturas per cápita. Hasta hace unos 40 o 45 años todo el conocimiento universal se traducía al castellano en la República Argentina, y eran traductores argentinos los que traían la filosofía, las técnicas, la ciencia, la literatura. Hoy se traduce en Barcelona.
Todo eso que se hacía en la Argentina se perdió obviamente con la dictadura. Por eso yo suelo decir que la dictadura produjo el desaparecido 30 mil uno que es la lectura, porque la Argentina dejó de leer por el terror, por la censura, por la persecución, por el asesinato y la desaparición de cientos de creadores, de poetas, de periodistas y de narradores.
– CP: Y porque leer era peligroso…
– MG: Exactamente. Pero el triunfo de la dictadura fue que la Argentina dejó de ser un país lector, y encima en el momento del auge de la televisión como educador —mal educador desde luego—. Esto produjo que, por lo menos, una o dos generaciones de argentinos —los que hoy tienen entre 20 y 40 años— son mayoritariamente no lectores o poco lectores o deficientes lectores. La culpa no es de ellos, son víctimas no victimarios.
Entonces, el gran problema que se nos planteó —un problema silencioso que venimos trabajando mucho desde hace mucho tiempo— fue cómo revertir esto, cómo volver a hacer de la Argentina una nación de lectores. Ahí empezaron a aparecer distintos planes. Algunos de Estados, de algunos municipios, vino el plan de lectura, campañas de lectura. Hoy la Argentina tiene un plan nacional de lectura que se está trabajando, hay planes provinciales y hay algunas instituciones como nuestra fundación.
Nosotros fuimos los primeros, los pioneros en Argentina. Yo empecé en los años 80 con una revista que se llamó “Puro cuento”, cuando hablar de eso era hablar en chino, parecía una cosa exótica. Hoy en día, afortunadamente, la Argentina se ha recuperado bastante. Nuestro país no tiene analfabetos, lo cual es un gran logro que se demostró en el último censo nacional. Pero curiosamente en los últimos dos censos nacionales no se hicieron índices de lectura. Es una lástima. Son parte de las cosas que estamos trabajando. A esto nos dedicamos en la fundación: tenemos un programa de abuelas que cuentan cuentos; un foro internacional, que se reúne en agosto desde hace 17 años, al que asisten personalidades de todo el mundo…
– CP: ¿Dónde se realiza?
– MG: Acá, en Resistencia. En Buenos Aires no se consigue (risas). Después tenemos programas de fomento, tutorías, hacemos capacitación docente, capacitación bibliotecológica… tenemos una labor bastante intensa. Quienes quieran verlo tienen que poner en Google “Fundación Mempo Giardinelli”. Estamos muy entusiasmados y trabajamos silenciosos porque además no tenemos —ni queremos tener— subsidios de nadie. Nosotros no estamos subsidiados, así que trabajamos de manera independiente. Hacemos lo que podemos: para lo que nos alcanza la platita hacemos y lo que no tratamos de inventarlo.
Entonces, cuando uno trabaja así claro que te convertís en alguien a veces inconveniente, incómodo o inclasificable. Y si encima sos provinciano y te va bien afuera de la Argentina… ahí yo mismo me explico por qué no entro prácticamente en ninguna universidad nacional.
– CP: Esperemos que esto se revierta. Desde el programa de la Federación de Docentes Universitarios queremos darte ese lugar merecido…
– MG: Les agradezco mucho, porque además tengo un enorme respeto por CONADU y por todo lo que ustedes hacen. Realmente soy un docente de alma, lo he sido toda la vida y de hecho no he parado. Aún hoy sigo dando clases y visito permanentemente las escuelas de Chaco, así que para mí ser docente es mi vida, como la literatura.
– CP: Mempo, también queremos que nos hagas algún comentario sobre la nota “Apuntes para un hipotético Manual de Gorilismo” que escribiste hace unos días en Página 12.
– MG: Ese fue un artículo que hice con humor, pero que mucha gente tomó con solemnidad y me han criticado mucho. A algunos les gustó y otros se enojaron. La idea era un poco el humor pero también señalar que hoy en día hay un sector de nuestra sociedad que está muy enojada. Y yo creo que injustamente enojada, sobre todo porque a la gran mayoría de la gente que está enojada en la Argentina le está yendo muy bien. Es más, nunca les fue tan bien como en la última década y sin embargo se quejan como si estuvieran pasándola muy mal. Es un fenómeno raro, para un estudio de alta sociología o de psicología (risas).
Obviamente que las cosas no están del todo bien, hay mucho de qué quejarse y mucho que trabajar para cambiar, pero también es curioso que las alternativas que algunos parecen añorar son las alternativas que nos enterraron en los 90. A eso lo llamo “una forma de gorilismo”. Pero no en el sentido tradicional, no en el sentido que el gorilismo tenía hace 20, 30 o incluso 40 años: que era el ser antiperonista. Antes se dividía la cosa en peronismo-antiperonismo y se suponía que los antiperonistas eran gorilas. Yo creo que la cosa ha cambiado, creo que los conceptos hay que modernizarlos y repensarlos. Por eso, escribí ese artículo con el ánimo por un lado jocoso pero también para repensar las cosas.
Yo creo que la Argentina ya no se define en términos de peronismo-antiperonismo, ni tampoco debería definirse por kirchnerismo-antikirchnerismo, sino que debería pensarse en términos de fortalecimiento democrático o antidemocracia militante. Creo que ahí nos podemos encontrar las inmensas mayorías de este país, porque realmente la construcción de la democracia es una de las mejores tareas que hemos hecho los argentinos y sería muy desdichado que, por intereses económicos o por factores de incomprensión o ignorancia, termináramos divididos. Porque no sé si a ustedes les pasa, pero a mí me pasa con mucha gente que son mis amigos, que son gente con la que he militado, con la que tenemos tanto en común, y de repente veo que estamos como en campos opuestos. Entonces me pregunto ¿por qué estamos en campos opuestos si el país que nosotros queremos y por el que luchamos toda la vida sigue siendo un país que nos une y no que nos diversifica?
Soy un pacifista a ultranza y creo que el diálogo y la paz es el modo de construir democracia y de crecer. Sé perfectamente con quién voy a seguir dialogando para entenderme y con quien dialogaré igual pero nunca me voy a entender. En fin, ese fue el espíritu de este artículo bien comprendido por algunos y no tan bien comprendido por otros.
Entrevista desgrabada por Gabriel Di Battista.