El historiador, ensayista e investigador de temas nacionales, Norberto Galasso compartió en “CONADU en el medio” su experiencia como profesor universitario honorario, y director del Centro de Estudios Históricos, Políticos y Sociales Felipe Varela. Durante la entrevista se expresó también sobre la manera de enseñar la historia y la ley de jubilaciones en la UBA. Galasso es autor de libros tales como “Mariano Moreno y la Revolución Nacional”, “Discépolo y su época”, “Raúl Scalabrini Ortiz y la lucha contra dominación inglesa”, “Jauretche y su época. De Irigoyen a Perón”, entre otros.
– Cristina Pauli (CP): ¿Cómo es que siendo contador lo conocemos más como historiador?
– Norberto Galasso (NG): Sí; yo fui contador hasta el año 99; ahí me alejé de la profesión. Hacía todas las defraudaciones fiscales que hacemos los contadores… (risas).
– CP: ¿Y cómo fue su vinculación con la historia?
– NG: Mi vinculación con la historia vino porque a determinada edad -20 ó 22 años- uno tiene cierta inquietud política que cuando se trata de manifestar, en mi caso, se encontró con que no conocía el país ni el pasado del país, porque el pasado que me habían enseñado en la escuela me había aburrido. Entonces empecé a tratar de investigar qué pasaba con la Revolución de Mayo y me encontré con el Plan de Operaciones de Moreno en el año `63; un libro importante que en los colegios no se difundía. Ese fue el primer libro y ahí le tomé el vicio a escribir. Del ’63 al ’69 hice una especie de doble vida, como Dr. Jekyll y Mr. Hyde, y durante una parte del día atendía a los clientes para mantener a la familia porque sino mis dos chicos no comían.
– CP: La historia no es muy rentable…
– NG: No, no; y después de las cuatro de la tarde dejaba el estudio contable e investigaba un poco, ya cansado de la otra actividad. En el año ’99 estaba haciendo una biografía de San Martín, que era bastante complicada y lo tenía en la mitad de la cordillera, entonces o dejaba a San Martín allí o dejaba la contabilidad… dejé la contabilidad y empecé a escribir más tranquilo con mayores posibilidades de investigar e ir de un lado a otro.
– CP: ¿Y cómo fue el reconocimiento o la convivencia con los historiadores académicos?
– NG: Casi ninguna. Porque yo partía de la base de que la historia de mi tierra era totalmente tendenciosa, como toda historia tendenciosa en el sentido antipopular, en el sentido de que la historia la habían hecho los grandes hombres y esos grandes hombres daba la casualidad que eran amigos de los ingleses, como Rivadavia y el propio Mitre. El pueblo no aparecía como protagonista de la historia, pero en las academias en general el protagonismo popular no es muy bien visto.
Yo trabajé en los suburbios del mundo académico, del mundo universitario. Ahora recién en los últimos tiempos, como consecuencia de este despertar de la política que se ha producido en los últimos años, hay interés por el pasado y por saber quiénes somos. Así salió un seminario que estamos haciendo todos los sábados en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. También me incorporaron como profesor honorario en Lanús, en Quilmes y después seguí con cierto reconocimiento que antes no tenía. Trabajaba en plena soledad y en pleno silencio.
– CP: Desde que está en la facultad, ¿qué mirada tiene de cómo se enseña la historia? Por lo menos en la UBA, donde usted da clase más periódicamente.
– NG: Yo creo que en la UBA, al igual que en los colegios secundarios y primarios, prevaleció siempre una historia que tiene su base en los libros de Mitre, de Grosso, de Astolfi y todos los que fueron divulgando la historia mitrista. A partir del 55 se dio una fuerte influencia de la llamada historia social de Halperín Donghi y Romero, que a mi juicio es una especie de aggiornamento o modernización de la vieja historia pero que deja en pie a ídolos y a los grandes hombres de la historia vieja. Entonces, en la facultad se da el fenómeno típico de la clase media porteña: hay profesores liberal-conservadores, hay profesores de lo que yo llamo una izquierda abstracta —que responden algunos al PO y otros al MST— y hay pocos historiadores nacionales populares latinoamericanos.
Se ha dado un cambio, pero hasta no hace mucho Luis Alberto Romero era la figura principal y aún hoy, en gran parte del instituto de enseñanza de la historia, Halperín Donghi —que hace ya cerca de 50 años que está fuera del país, viviendo en California— sigue siendo la figura central. Con Halperín Donghi he tenido la casualidad de polemizar sobre algunos aspectos de ese tipo de historia, porque si bien modernizó la metodología a partir del 55 era notoriamente antiperonista. Un hombre que figura como uno de los principales historiadores de la Argentina, pero que el 16 de junio de 1955 no menciona ningún muerto. Omite, sencillamente porque tiene una visión antiperonista. Omite los bombardeos, dice que fueron ametrallados en el centro porteño y esa noche fueron quemadas las iglesias, nada más. Se ve que llegó a su conocimiento, porque desde California en un reportaje que le hicieron dijo que yo lo acusaba de tendencioso. Y en realidad todos los historiadores son tendenciosos, cosa que yo reconozco pero él no.
Es imposible una historia neutra porque los historiadores tienen determinadas escalas de valores, determinada ideología. Lo que sí se necesita es un rigor científico extremo en las fuentes, es decir en la documentación en que se basa lo que uno dice. Pero uno valora una cosa o no valora, como ocurre con la política, de acuerdo a la sociedad que uno aspira a vivir.
– CP: De todos modos hay hechos en la historia, como el que usted menciona del bombardeo del 55, que han quedado realmente muy relegados en la historia. Quizás en el 55 nos faltó un Picasso, hubo más muertos que en Guernica ese día y sin embargo Guernica quedó en la historia porque hubo un Picasso. Acá nos faltaron historiadores, Picassos, artistas, nos faltó todo.
– NG: Ahora estamos en esa búsqueda, en esa revisión de la historia y estamos avanzando notablemente. Hace ya dos años que estamos haciendo un seminario todos los sábados en Filosofía y Letras de 13 a 17 horas con 200 alumnos más o menos. Algunos son de la facultad y eso les da puntaje, y otros lo hacen por extensión universitaria o son militantes.
También lo hicimos en Ciencias Políticas hace dos años. Y otra experiencia muy asombrosa para mí fue en 2005: después de la asunción de Kirchner cuando empezaba la repolitización, ofrecimos una charla en el teatro Ateneo. Tenía 400 butacas y 300 palcos, y yo me arrodillé porque creí que íbamos a hacer un sapo tremendo. Pero prácticamente lo llenamos, durante dos y tres años seguidos. Quiere decir que hay en la sociedad una búsqueda, que se advierte incluso en los programas históricos que aparecen en televisión o en radio, de saber por qué el país tan rico que nos contaron en la escuela primaria llegó a tener el 56 % de la población debajo de la línea de pobreza y el 30 % de indigencia.
– CP: Sin duda también hay como un interés por los libros de historia. Y hablando de libros, usted está por presentar uno.
– NG: Sí, nosotros el día 19 de julio vamos a presentar en el ND Ateneo el libro de la compañera Evita, teniendo en cuenta que el 26 de julio se cumplen 60 años de su desaparición. En el libro podremos encontrar un recorrido que trato de hacer con todo el equilibrio posible. Pero hay una Evita que vivió muy mal en los años 30, con mate y galletas como única comida, desesperada por conseguir un papelito en un elenco teatral, acosada por los empresarios que pedían a las mujeres que querían ser actrices un precio por entrar a un elenco. Ella sufrió humillaciones por su pobreza e incluso por ser hija extramatrimonial. Su experiencia la va llevando a advertir en Perón a una posibilidad de cambio fundamental, y se suma al movimiento peronista. Después, prácticamente lo que se puede decir es que se entrega, entrega su vida a la justicia social aún estando muy enferma. Es decir, a remediar el dolor de las mayorías desposeídas. El confesor de Evita, el padre Benítez con el cual yo tenía una relación muy estrecha, decía que él no había aprendido el verdadero cristianismo en el colegio de los jesuitas, sino yendo con Evita a determinados lugares. Ella visitaba enfermos y no sólo llevaba medicamentos, sino que le decía al padre que llevaban solidaridad humana: “Lo que venimos a hacer es demostrarle a este compatriota que nosotros nos preocupamos por él”. Eso la llevaba a besar un leproso o a besar una persona que tenía yagas. El cristianismo es eso y ese cristianismo es revolucionario. De ahí que la figura importante de Evita y su dimensión después de tantos años de su muerte sigue estando vigente.
– CP: Este es un programa eminentemente gremial y hay un tema que tiene que ver con los docentes de la UBA y la interpretación que hace la universidad sobre las jubilaciones. Queríamos saber qué piensa de esta forma de interpretar la autonomía universitaria.
– NG: Pienso que no corresponde de ninguna manera, porque el promedio de edad ha ido avanzando y además un hombre de 60; 65 e incluso 70 años a veces está en su plenitud mental y puede volcar toda su experiencia en los jóvenes. En todo caso, lo que hay que renovar son planteles cuando hay deficiencia, cuando hay carreras o materias que no se dan como corresponde por determinada razón o porque algún profesor entró en la época en que no entraban por concurso sino por amistades o cosas así. Pero de ninguna manera hay que poner un tope.
Entrevista desgrabada por Gabriel Di Battista.