FEDUBA dialogó con Khatchik Der Ghougassian, Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés. Khatchik Der Ghougassian tiene un PhD en Estudios Internacionales del University of Miami (Coral Gables, FL, Estados Unidos) y una Maestría en Ciencias Sociales con especialización en Relaciones Internacionales de FLACSO/Argentina. Ha enseñado en universidades nacionales (USAL, UBA, UNLa y la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires) e internacionales (University of Miami, American University of Armenia Ereván, Armenia, y el Instituto de Altos Estudios Nacionales en Quito, Ecuador). En 1998 trabajó en la Comisión para el Esclarecimiento de las Actividades del Nazismo en la Argentina. En 1999 dirigió el programa Seguridad y Armas Livianas en el Instituto de Política Criminal y Seguridad de la Provincia de Buenos Aires*. Actualmente, es profesor invitado del Programa de Actualización en Políticas Públicas de Seguridad, dirigido por León Carlos Arslanian, en la Facultad de Derecho, UBA.
FEDUBA: ¿Qué expresan las revueltas de los últimos años en los países árabes?
Der Ghougassian: Expresan tres problemas estructurales que atraviesan todos los países árabes en mayor o menor grado: fuertes inequidades en la redistribución de la riqueza, regímenes autocráticos y una nueva generación de jóvenes educados que, sin embargo, no percibe la perspectiva de un futuro mejor. Se puede decir que es una situación que se observa un poco en el mundo entero y se hizo mucho más visible con la crisis de 2007-2008 que aún perdura. Pero en el caso de los países árabes, los sucesivos informes de la ONU sobre el estado lamentable de desarrollo humano en 2002, 2003 y 2004 ya habían alertado con anticipación pero no hubo voluntad de cambio ni de los regímenes árabes, ni de las potencias occidentales, Estados Unidos y sus aliados europeos, que consideraban a estas autocracias sus aliados en la “guerra contra el terrorismo”. El problema con los países árabes es que las expresiones genuinas de demandas de cambio de la situación socio-económica y deseos de democratización desde abajo interactúan con lealtades sectarias, lealtades tribales y el factor del intervencionismo externo. Por lo tanto, si bien las movilizaciones y protestas se generaron por motivos socio-económicos y demandas de democratización, los resultados son, y serán muy diversos. De todas maneras, si por un lado la geopolítica del Medio Oriente está en un proceso de redefinición de los equilibrios internos-regionales y las fuerzas extra-regionales, más específicamente Estados Unidos y sus aliados europeos, tendrán que acomodarse a la nueva situación; por el otro, el mensaje del año de las revueltas árabes está claro a los dirigentes y regímenes: se deben dar reformas profundas hacia la democratización del sistema político y una mejor redistribución de la riqueza para asegurar un futuro mejor a las nuevas generaciones.
F: ¿Cuál es, a su juicio, el porvenir de las relaciones entre el Islam y Occidente?
D.G: Si la pregunta apunta al destino de una suerte de enfrentamiento al estilo del “choque de civilizaciones” creo que no tiene mucho sentido hablar de “Occidente” e “Islam”. Hay un claro proceso de redefinición del sistema internacional con los centros de la producción de riqueza moviéndose del norte al sur y los centros del poder del oeste al este. El proceso es dinámico y, más allá de esta constatación general para el largo plazo, es por ahora imposible prever cambios más concretos a mediano plazo. En este proceso de redefinición sistémica hay procesos internos que atraviesan tanto Occidente como el mundo musulmán. En el primer caso es claramente el futuro del proceso europeo y la capacidad de Estados Unidos de mantener su presupuesto de defensa y, por lo tanto, proyección global de su poder militar. En el caso del Islam es en primer lugar el futuro de la fractura entre los Sunni y los Shía, y, más adelante, la secularización de la política –si es que acontezca-.
F: ¿Cómo es la relación actual entre Turquía y Armenia?
D.G: Turquía ha cerrado unilateralmente su frontera con Armenia en 1993 para presionar a favor de su aliado Azerbaiján en la disputa en torno de la cuestión de Nagorno Karabagh. La ayuda militar turca y el asesoramiento diplomático que le ha brindado a Azerbaiján ponen a Ankara en posiciones de enemistad con Armenia aunque desde la independencia los sucesivos gobiernos armenios reiteraron su voluntad de establecer relaciones diplomáticas normales entre los dos países sin condiciones previas. Armenia hasta dio un paso con la llamada “diplomacia del fútbol” del actual presidente Serge Sarkisian en septiembre de 2008 que terminó en la firma del muy controvertido acuerdo de los protocolos entre Armenia y Turquía en octubre de 2009. Sin embargo, Turquía impuso tres condiciones para volver a abrir las fronteras con Armenia y establecer relaciones diplomáticas: el abandono del reclamo del reconocimiento del Genocidio de 1915-1923 y la compensación moral y material; el reconocimiento de las fronteras impuestas entre los dos países en 1921 dejando la histórica Armenia Occidental en territorio turco, y la resolución del conflicto de Nagorno Karabagh a favor de Azerbaiján. De hecho, la intransigencia turca obligó al Presidente de Armenia a congelar el proceso de ratificación de los acuerdos de octubre de 2009 en abril de 2010.
F: ¿Por qué Turquía sigue negando el genocidio cometido contra el pueblo armenio?
D.G: Porque la construcción de la Turquía moderna de Mustafa Kemal sobre las bases de la ruina del Imperio Otomano luego de su derrota en la Primera Guerra Mundial se basó sobre la usurpación de los territorios vaciados del pueblo que los habitaba y que fue exterminado en un plan concebido y ejecutado a nivel estatal y que es reconocido como el primer genocidio del siglo XX. Pero el negacionismo turco no se explica solo por el supuesto riesgo de devolución territorial que conlleva, sino por el cuestionamiento de la legitimidad misma de la Turquía moderna, esta construcción que se hizo sobre el exterminio de los armenios, pero también de los asirios, los griegos y la negación por largas décadas de una identidad propia al pueblo kurdo que hoy constituye un poco menos de la mitad de la población de Turquía.
F: ¿Cuál es el aporte del proceso de Memoria, Verdad y Justicia llevado a cabo en la Argentina, en tanto experiencia reparatoria contra crímenes de lesa humanidad perpetrados en otras partes del mundo?
D.G: Llevar a los genocidas al juicio y después de una lamentable interrupción con la amnistía menemista seguir con el proceso no sólo es tan singular como compromiso con los Derechos Humanos sino ejemplar en varios sentidos de la palabra. En primer lugar, el proceso de Memoria, Verdad y Justicia demuestra la fuerza del concepto de la imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad; no importa el tiempo que pase, no importan las interrupciones circunstanciales, el ajusticiamiento por ley, la reparación de los daños materiales y morales, la restitución de la memoria de las víctimas y la consolidación de la memoria no pueden parar. En segundo lugar, inspiró a otros pueblos que vivieron situaciones trágicas similares como, por ejemplo, la Sudáfrica post-apartheid que estudió mucho el proceso argentino. Finalmente, se tradujo en la última década en un aspecto indentitario en la política exterior argentina donde el compromiso con la defensa de los Derechos Humanos, las posturas pro-activas en la creación de mecanismos internacionales para la prevención del genocidio son muy visibles. Los logros del proceso de Memoria, Verdad y Justicia no sólo son inspiraciones de compromiso ético con los Derechos Humanos sino también enseñanzas prácticas. La restitución de la identidad de los hijos de los desaparecidos, por ejemplo, contiene lecciones muy importantes para los descendientes de aquellos armenios y armenias que durante el Genocidio fueron forzados a convertirse al Islam, a turquificarse para salvar su vida. Resulta que durante todas estas décadas, estas otras víctimas del Genocidio no sólo conservaron en secreto su identidad sino la pudieron transmitir a sus hijos y nietos quienes hoy, en la tímida apertura democrática en Turquía, se atreven muy cuidadosamente reclamar su identidad. Me parece que los estudiosos del Genocidio armenio y los organismos que militan para su reconocimiento internacional y reparación de las consecuencias, y hasta el Estado de Armenia, deberían estudiar mucho el caso argentino. El caso argentino servirá hasta a la sociedad turca que sufrió bajo el yugo de los militares prácticamente desde la creación de Turquía moderna pero particularmente después del último golpe, en la década de los 1980s, cuando bajo una represión terrible la tortura, la desaparición de personas y las ejecuciones eran moneda corriente.
* Datos extraídos de la Universidad de San Andrés.